La cuenta regresiva terminó, el viernes 12 a las siete con quince minutos de la noche, aterrizó en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México el avión procedente de Cuba que trasladaba al Papa Francisco, algunas personas estuvieron en las calles para mirar por unos segundos al jefe de la Iglesia Católica.
Los casi 19 km de ruta para que el Papa circularía del aeropuerto a la Nunciatura estaban resguardados por vallas metálicas y un despliegue policíaco que pocas veces se ve en la ciudad. Elementos de la policía local y federal, así como personal del Ejército cuidaban la zona, no había más de diez metros sin uno de ellos.
El sol no dio tregua, alrededor de las tres la tarde eran pocos los lugares con sombra, los voluntarios, que fueron citados desde las nueve de la mañana, se refugiaban en ellos, bajo el rayo del sol se veía a los elementos de seguridad comer atún enlatado y galletas que les fueron repartidos porque no podían abandonar su lugar.
Los alrededores del Aeropuerto en calles como Fuerza Aérea presentaron menor tránsito que otros viernes, fue poco usual ver los negocios cerrados antes de las dos de la tarde y a los trabajadores de la zona regresando a casa. Algunos corrieron para alcanzar las estaciones del metro abiertas, otros, desinformados o que salieron después de las cuatro de la tarde, tuvieron que caminar hacia Zaragoza o Pantitlán para encontrar transporte.
Eran contados los autos que circulaban por las calles próximas al aeropuerto y, cuando se dio la orden de cierre, bastaron unos minutos para ver el asfalto desértico, el calor contribuía al paisaje.
La noche cayó y con ella la temperatura, las personas se pusieron guantes, chamarras y algunos comenzaron hacer ejercicios para combatir el frio. Quienes habían permanecido por horas en la valla para apartar su lugar con bancos y sillas, al ver que eran pocas las personas que llegaban, se protegieron del frio tras las bardas donde pegaba menos el aire. En ese momento, se vio en el cielo oscuro un avión italiano, la gente lo reconoció por las imágenes de la televisión y supo que ahí viajaba el Papa, comenzaron a gritar “bienvenido Papa” y “se ve, se siente, el Papa está presente”. La nave desapareció tras las rejas de los hangares, los ánimos ya no bajaron, pero la desesperación aumentó, un niño preguntaba a su mamá -¿Ya va a salir? y su mamá le explicaba que no, que tenía que bajar del avión y ver al Presiente.
Una hora después, a las ocho de la noche, se escuchó el ruido de un helicóptero, anunciaba el avance del Papa por las calles de la Ciudad, las personas retomaron su lugar, niños y los adultos mayores eran quienes más ovacionaban. Las lámparas y celulares iluminaron el camino, algunas partes se veía oscuras por la poca presencia de personas y porque el iluminado vial no funcionaba.
Las luces rojas y azules de motos y camionestas que acompañaban al jerarca católico anticiparon el paso del Papamóvil, la frase más coreada era “Francisco, hermano, ya eres mexicano”, las miradas estaban puestas en las pantallas de los celulares que captaban el momento, incluso los policías voltearon para presenciar el paso de Francisco, tenían la orden de mirar hacia el lado opuesto, la ignoraron. Los voluntarios asignados para cuidar las vallas no tuvieron la necesidad de hacerlo, se unieron a los espectadores y, al final, hablaban emocionados de que pudieron ver al Papa de cerca.
Después del desfile de seguridad del Papa, la oscuridad regresó, sólo se vieron las luces de un autobús morado del transporte público que iba atrasado y llevaba a los cardenales. Bastaron sólo unos minutos para que la gente desapareciera por las calles y el lugar quedara con policías y vallas.
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